lunes, 5 de marzo de 2012

El cautiverio del director de cine Jafar Panahi en Irán

Por Julián Sauquillo
Catedrático del área de Filosofía del Derecho de la UAM

Sabemos que se condena a muerte el adulterio, que se ahorca a los homosexuales, que se llega a castigar un beso en la calle en Irán. También conocemos la nefasta dirección espiritual de los ayatolás iraníes, la escalada nuclear de aquel país, la negación oficial del Holocausto por su presidente y otras bravuconadas gubernativas contra los judíos. Nos llegan ecos de la protesta social en las calles de Irán y del hartazgo y la incomprensión generalizada de la población ante un gobierno cada vez más empeñado en entrar en guerra. Ahora viene, de allí, una creación cinematográfica que demuestra cómo la imaginación escapa admirablemente a las condiciones de indigencia actuales de un artista. «Esto no es una película» (2011) de Jafar Panahi, presentada por Alberto Elena –catedrático de Comunicación Audiovisual, dedicado al cine iraní, latinoamericano y del tercer mundo con múltiples publicaciones- en el Centro de Arte Museo Reina Sofía el pasado viernes 24 de febrero, es una producción muy especial en el cine contemporáneo.

El cine iraní está secuestrado. Abbas Kiarostami, por ejemplo, vive en Teherán pero filma en Japón con actores y producción de aquel país. Panahi está en arresto domiciliario tras ser sorprendido policialmente en una cena de amigos en su domicilio y haber sido acusado de realizar actividades antigubernamentales por rodar la “revolución verde”. Panahi acaba de realizar una película magistral con su móvil y el video de un amigo, Mojtaba Mirtahmasb, que le filmaba en su casa. Sufre una sanción de veinte años de inhabilitación para hacer cine. A su amigo le cayeron tres meses de prisión por presentar esta creación en el extranjero al regresar a Irán y todo.

Conocíamos a Panahi fundamentalmente por «El círculo» (2000). Una película sobre el encierro cotidiano y la desesperación de las mujeres en la vida diaria, condenadas a la inanición si no cuentan con la aprobación del hombre para todo. La execración contra la recién nacida por ser niña, la carencia de expectativas de unas mujeres recién salidas de la prisión, el abandono de la menor por su madre por falta de recursos, la imposibilidad de abortar, la humillación de la mujer por la policía, la prohibición de viajar sin la autorización del padre o del marido, la traición de la superviviente a sus propias amigas, la limitación para alojarse sola en un hotel… dificultan el tránsito de una mujer iraní hasta sumergirla en un infierno. ¿De qué vale salir de la prisión si la propia calle es un universo carcelario? El «círculo» se abre con la prisión abandonada mediante la fuga y se cierra con una mujer que sólo logra fumar más orgullosa que los detenidos, por no requerir permiso de sus guardias, pero camino ya del calabozo con cuyo estruendo de cierre finaliza la película. No hay otro color para las mujeres que el negro del «chador». Su filme posterior «Offside» (2006) rebosa irreverencia de las mujeres. La rebeldía era resistencia dramática y agónica de muchas menudas antígonas en «El círculo». Aunque «Offside» subraya el fundamentalismo religioso que impide la asistencia de las mujeres a un partido de futbol, deja algunos resquicios a su fraccionamiento entre los jóvenes iraníes. Aquellos soldados que custodiaban a unas mujeres durante el encuentro declinaban en el machismo de sus padres. Por encima de la represión del régimen triunfaba la ilusión de los más jóvenes en la clasificación del Irán para el mundial de Alemania en el 2006.

Ahora vuelve el mejor Jafar Panahi con su amigo Mojtaba Mirtahmasb en un filme completo de setenta y cinco minutos. Se Panahi, con el Oso de Oro que logró en el Festival de Cine de Berlín de 2006 por Offsidedebe estrenar comercialmente. Se trata de una creación espléndida porque es la más irónica. Alberto Elena en un coloquio perfecto dio unas lúcidas claves que hago mías. Confirmó que Esto no es un película remite a Esto no es una pipa, el célebre cuadro de René Magritte. Una pipa de fumar aparece sencillamente dibujada en una pizarra escolar con un letrero caligráfico que dice: esto no es una pipa. La paradoja del cuadro desea romper la representación ante los ojos de esos niños que somos todos nosotros. Michel Foucault ha señalado cual es la intención del cuadro: destrozar los moldes clasificatorios de nuestro cerebro troquelado desde la escuela. Se trata de una llamada irreverente a que salgamos de las clasificaciones y nos dispersemos sin ruta mental fija. Cuando quienes clasifican no son los modernos pedagogos sino los imanes espirituales (Panahi tiene múltiples guiones prohibidos y ha sido censurado por todos los poderes reales que le tocó sufrir hasta ahora), la apelación a liberarse requiere de sortear barreras y situarse en los resquicios de la censura religiosa y política. Esto no es una película es un «esfuerzo por» y no un «proyecto» o «un trabajo en curso».

Cuando se trata de un maestro del cine, no debe extrañarnos que sus recursos creativos y estilísticos rompan las barreras del domicilio para acabar un filme trepidante. Un desayuno del director, las llamadas de teléfono de sus defensores y de una de las cineastas de culto iraní, la iguana de Panahi que le araña cuando está más triste y escala el fondo de la biblioteca de su amo, el descenso del director con el ilustre cuñado del portero que baja la basura de los vecinos y evoca la noche del 9 de marzo en que Panahi y sus amigos fueron detenidos, la despedida a su amigo en el ascensor con deseo de dejar constancia de él en previsión de lo que pueda pasarle, la visita de una vecina que no sabe donde dejar el perro, el descenso del director hasta el límite permitido por las cámaras de seguridad del edificio para observar la algarabía callejera y escuchar los petardos, la celebración de la noche pagana de Año Nuevo sospechosa de los integristas, o la desazón de grabar videos con el móvil porque no se sabe qué otra cosa hacer son recursos creativos más que suficientes, propios de un maestro del cine. Situado sobre una alfombra persa, Panahi representa la casa de una joven, su habitación, las ventanas, la escalera de descenso, en donde hubieran transcurrido las secuencias de un drama no filmado: una joven desea estudiar Bellas Artes y es encerrada sola en casa por sus padres para que no llegue a matricularse y evitar así la vergüenza social que ocasiona una mujer liberada. La representación de la chica hecha por Panahi es extraordinaria.

Panahi rompe ahora más que nunca los moldes del cine. Como se ocupó de resaltar Alberto Elena, siempre había jugado entre la recreación, el documental, el metacine, la biografía,… y roto todos los esquemas. «Esto no es una película» se rodó en diez días y aparenta una jornada, «Offside» en treinta y ocho días y representa la duración de un partido de futbol oído en sus aledaños. Panahi siempre juega con los espacios y con los tiempos con la soltura de un gran creador. Altera la división entre realidad y ficción con la solvencia de Alicia. Ahora se desnuda con toda la libertad que puede y más. En una secuencia de «Esto no es una película» aparece la niña de su filme «El espejo»(1997). Esa niña que, harta de interpretar a una escolar que no fue buscada a su salida del colegio y vuelve sola a casa, se quita la escayola ficticia y se enfada con todo el equipo de grabación. Panahi se acaba de quitar la escayola, con su último filme, frente al poder totalitario de su gobierno. Ha logrado en su casa la sublime improvisación que justifica una película más allá de su planificación en el guión y los encuadres. Si señala que no basta con contar una película pues falta el filme hasta que su rodaje no encuentra los imprevistos de actores no profesionales o aportaciones insólitas del urbanismo, los espacios de su bellísima casa y las visitas tan planeadas como espontáneas que recibe hacen ahora de este rodaje una Película. Un excelente filme que para las estrechas mentes de la censura habrá que tener por no rodado: mirad integristas, esto no es una película. Un homenaje trepidante a todos los directores amordazados del cine iraní.

Puede que Panahi no haya filmado cine político sino que haya abierto una ventana al sufrimiento colectivo de la calle sin juzgar. Pero su obra aquí desborda cualquier dique, pues no hay más grande política que abrir la mente y la experiencia de los espectadores a un cine inclasificable. Panahi ofrece una mirada libre en los angostos límites de la represión. Una auténtica carcajada ante la circunspección rigorista del totalitarismo. Pase lo que pase, contra viento y marea, «es bueno que la cámara no pare, que siempre esté filmando».

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