viernes, 9 de diciembre de 2011

Reflexión sobre la película «A ciegas»

Por Blanca González Mariscal de Gante
Estudiante de bachillerato,Colegio Internacional Altair (Madrid)
II Concurso «Mejor entrada» del Blog Derecho y Cultura-UAM

El argumento de esta película nos sitúa en una gran ciudad desconocida en la que sus habitantes se vuelven ciegos repentinamente. Surge de forma misteriosa en una sola persona, y más tarde esta epidemia se extiende por toda la ciudad, sembrando el pánico entre los ciudadanos.

A raíz de esto, comienza el descontrol: nadie sabe de dónde proviene esta epidemia, ni cómo solucionarla. La medida más significativa que se toma es reunir a todos los habitantes contagiados en una serie de edificios comunitarios subdivididos en celdas.

Aquí, encontraremos a nuestros protagonistas, que paradójicamente representan al resto de la población afectada.

Al juntarse tantas personas diferentes y, lo que es más importante, personas aterradas, se produce una pequeña «sociedad» aislada y paralela a la existente; todo lo cotidiano desaparece para los personajes, que comienzan a demostrar su verdadera naturaleza, al encontrarse ante una situación desconocida.

Desde luego, existen una serie de valores y derechos irrefutables para ellos, pero en el momento en que todo se desboca, nadie sabe cómo actuar. Pero una cosa es clara: todos luchan por su supervivencia.

Individualmente, los personajes están conmocionados, pues un solo problema ha hecho que todo su mundo se viniera abajo, ya que no es algo que solo les haya afectado a ellos mismos, sino que ha afectado a toda la ciudad.

A partir de aquí surgen todo tipo de situaciones sociales, que en muchas ocasiones se han producido en nuestra propia historia: el deseo de dominar a los demás, la exclusión de lo diferente y la inexistencia de la libertad. Todo ello lleva a una serie de desgracias, como la muerte y la violación de los derechos más primitivos que poseemos los seres humanos.

Es curioso observar cómo todo el equilibrio social y el avance que se ha producido a lo largo de la historia se desmorona por un solo elemento perturbador. Ver cómo la tolerancia y el respeto se pierden de forma tan repentina, y ver cómo ante una situación difícil, cada persona muestra su naturaleza, enseñando una buena o mala voluntad.

Todos los valores morales que están tan divulgados en nuestra sociedad, pierden su significado ante la lucha por la supervivencia.

El escenario de la película es un lugar desconocido, que no nos sitúa en ninguna parte específica, y nos da a entender que algo como este suceso podría ocurrir en cualquier lugar, en cualquier parte, en cualquier persona.

Por ello, es muy importante que nos demos cuenta de que es necesario que todos contribuyamos al bien común, pues la epidemia de la ceguera reflejada en la película solo es un ejemplo de lo que podría pasar tanto individual como colectivamente si no somos capaces de ser empáticos y preocuparnos no solo por nosotros, si no por lo demás, por lo externo, aunque no lo «veamos».

Es obvio que es mucho más fácil ser «malo» que «bueno», pues el que tiene buena voluntad carga con la responsabilidad de cuidar a los demás, y no porque lo quiera, si no porque su propia moral le obliga (como es el caso de la protagonista, que paradójicamente es la única que puede ver, y por tanto, la que debe cargar con esta responsabilidad a sus espaldas).

Todos los personajes tienen su propia historia: tienen un nombre, una profesión, unos ideales, un pasado, en definitiva, una vida. Pero en el momento en que se contagian, todos se vuelven iguales, y tienen el objetivo de adaptarse.

Es por esto que al final de la historia, los protagonistas consiguen llegar hasta la casa del oculista y su mujer: tenían un objetivo común, y cada uno puso su empeño para que funcionase.

Al día siguiente de llegar a la casa, todos recuperan progresivamente la vista. Por tanto, podemos aprender de este relato que la ceguera que afecta a la población es una especie de «prueba» (que no tiene un origen ni un responsable definido) que nos reta a hacer lo más difícil: ser capaces de encontrar nuestro lado bueno para ayudar no sólo a nosotros mismos, sino también a los demás.

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